Presunto culpable



No suelo ver cine mexicano salvo que alguien me recomiende una película. Para mí es sinónimo de malas narraciones. Siempre falla algo. O la historia es espantosa o no saben como contarla o el sonido o las actuaciones o la pena ajena o las lágrimas o sale Diego Luna.


El cine de antes, mucho melodrama y sombrero charro portátil, y el de hoy, enredado en un encaje de glamour, portadas de revista y alfombras rojas que generan por igual películas ramplonas o pretenciosas. Ni Los olvidados me gustó. Historia dura, cierta, pero actuaciones lamentables y no me creo el sepulcro sacralizado en el que vive. Obviamente hay buenas, cuestión matemática, y cada quien tiene las suyas.

Me quedo con La mujer del puerto, El ángel exterminador, Amores perros y por ahí otras poquitas que no menciono para no cansar a nadie, pero aún así, a mí me dices cine mexicano y prefiero darme una vuelta por ahí. Sin embargo, no me pasa lo mismo con los documentales mexicanos. En los últimos años he visto verdaderas perlas de las que lamento su condición fantasmal y sombría. Si nuestra televisión tuviera tantita de esa claridad para reflejarnos, otro país nos cantaría, o no, tal vez no, con nosotros nunca se sabe.

ejemplos como La canción del pulque, 1973, La petatera, me parecen trabajos robustos más cercanos al Laberinto de la soledad que a la entrega de los Arieles. Creo que los documentales de este país son mucho mejores que sus películas, por lo menos proporcionalmente.

Y no sé por qué, no sé si sean más fáciles, si requieran la combinación equilibrada de menos elementos, si es porque cuestan menos, si nuestra circunstancia aporte mejores historias que las que somos capaces de imaginar, o todo junto, no lo sé y no pretendo hacerlo pero cuando llega el festival de cine compro mi bono y me clavo en los documentales, en parte, porque sé lo improbable de una exhibición comercial (Ambulante me resulta un proyecto valioso y necesario). En fin, por lo que digo, fui con Ángela a ver Presunto culpable.

Cuando terminó, cuando llegaron los títulos yo estaba temblando del coraje, neta, temblaba. La historia que cuentan es sencilla: el juicio de un chavo-expiatorio al que se le habían echado 20 años de cárcel por ir caminando en la calle.

Tuvo la mala suerte de existir justo por donde los judiciales (que en su condición de ángeles justicieros pasean la miseria de nuestro país) buscaban rápido un culpable de asesinato para irse a chupar tranquilos y celebrar a ritmo de banda un fructífero día de trabajo. Esto no es nuevo, se sabe, se teme.

Lo relevante, lo asombroso y que origina el documental es que a dos abogados (más valientes que los tres García) se les ocurre meter cámaras y micrófonos al juicio. Casi un siglo de constitución política y a nadie se nos había prendido el foco: exhibir públicamente el teatro, el escenario originalísimo, el humor negro, del sistema de procuración de justicia mexicano. La Monty Payton lo hubiera agradecido.

El resultado del documental: desear que la Selección Nacional no calificara al mundial, que a Agustín Lara se le hubiera refundido en una cárcel perdida de Veracruz. No merecemos alegrías mientras sostengamos parafernalias como ésta. No digo más, sólo recomiendo que se vea, se consiga, se divulgue y propongo que su exhibición se incluya en los festejos del bicentenario para que se entienda mejor que en efecto, estamos celebrando el cumpleaños de un nonato.

Yeyo

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