
En estos días tengo la sensación de estar viviendo dentro de un reloj. En un reloj sin montañas y lleno de ingleses donde cada uno de los seres que lo habitan entienden, con profundo pesar, que la vida “es lo que es”, sin atajos, sin adornos, sin excepciones, sin prórrogas que permitan una configuración diferente de los días. Son como seres-engranes. La evolución de la conciencia europea en su máxima expresión. Aquí están los siglos convertidos en botón para que detengas los coches; la hora y los minutos en los que pasará tu autobús; el hombre taquilla que viene de una larga tradición familiar en la expedición de boletos. No hay paréntesis para nadie, ni para el sol. Llueve, hace frío, circule. Y mientras circulo, imagino las cosas que pudieran sorprenderlos, las cosas que les merecerían la pena de desviarse un poco, pero no encuentro mucho. Flota la sensación de que si por alguna razón se cerraran todos sus puertos, sería el resto del mundo el que quedaría aislado, no ellos. Pinches ingleses. Nadie ha diseminado tanto su ambición por el mundo, pero qué cerveza y qué espíritu y qué edificios y qué futbol y qué música y qué literatura y qué museos. Han ordenado admirablemente todo lo que han robado y como lastres de sus grandes botines los inmigrantes inundan sus calles victorianas. Nosotros parecemos dos granos más de esos arroces prietos. Ayer, cuando subimos al bus vi de reojo sus caras pálidas, muy serias y de repente los imaginé con una gota de sangre saliendo de sus oídos. Sus manos habían evolucionado en garras de metal y se limpiaban las mejillas con discreción. Yo sonrío porque me acuerdo de un letrero de mi secundaria que decía: “No corro, no aviento, no grito, no empujo”.
Tras la ventanilla del bus, pasa un mundo tan agridulce como el nuestro. Las casas hermosas, la “estética del gris y el nublado” tan triste como perfecta. Pasan más letreros que personas. Las calles son como un manual de instrucciones para mantenerse en equilibrio en un barco que siempre está en movimiento. Desde la tercera cuerda se me lanza el recuerdo de una frase de Vasconcelos en su Raza Cósmica: “parece que dios conduce los destinos del sajonismo, en tanto que nosotros nos matamos por el dogma o nos proclamamos ateos”. Pues sí, pero yo diría que en el retablo de ese designio divino por todas partes se ve como la guerra ha sido su amuleto. Aquí, un monumento a los caídos en la guerra de no sé donde y acá una placa para el soldado que se aventuró sobre las trincheras enemigas y acá el barco de Sir Francis Drake que azotó los mares y la espada y el cañón y la patria y la Reina y las tropas en Iraq… son geniales para construir imperios y con ellos y sobre de ellos tejer las redes del supuesto progreso. Quizás, sólo quizás, toda esta civilidad, este desinterés por todo lo que no sea “ellos” es parte indispensable de su éxito… pero claro, si entendemos que esta maqueta de la humanidad sea el éxito.
Estoy conciente de que lo mío es una simple, vulgar, difusa, extraviada, insignificante y llana sensación sin ningún rigor antropológico ni técnico, un síntoma previsible por la falta de sol, el síndrome del Jamaicón que se nos desata a los mexicanos casi como un reflejo, pero a tan pocos días de caminar este inexorable congelador tengo ganas de una comida deliciosa y barata en mi pueblo al que también casi siempre detesto. Creo que vivir acá es más cómodo pero más complejo.
Llueve, hace mucho frío, Li abrió la ventana del barco donde dormimos y ahora, el pinche viento. Muero por unas chelas en la Enramada, pero no se me malentienda, esto, a su manera, está chido.
El inadaptado.
Hay Yeyoooo, no eres tu el inadaptado, todo es por culpa de la "Flema Inglesa", quèee????, bueno, espero que estèn sùper bien¡¡¡¡.
ResponderEliminarP.D. Irè a darle una vuelta a tu casaaa.
Un Abrazooo¡¡¡
Yo si sé lo que les sorprende a los Ingleses. Los colores chillones de mi ciudad, los contrastes en la calle, los puestos de tacos al pastor, los de chicharrón en salsa verde, las tortas ahogadas, el cabrito, el pozole, los escamoles, los gusanos de maguey, la señora vendiendo sopes y gorditas en la entrada de una compañía internacional, el tequila y el mezcal.
ResponderEliminarYo si sé lo que les sorprende a los Ingleses. Los colores chillones de mi ciudad, los contrastes en la calle, los puestos de tacos al pastor, los de chicharrón en salsa verde, las tortas ahogadas, el cabrito, el pozole, los escamoles, los gusanos de maguey, la señora vendiendo sopes y gorditas en la entrada de una compañía internacional, el tequila y el mezcal.
ResponderEliminarClaro, todo eso les sorprendería. Pero les vale madres.
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