¿A qué huele?


Sin metáfora, hay un olor ácido en la ciudad. Algo está dando vueltas a lo podrido y los que se quedaron atrapados, no lo notan. ¿A qué huele? No lo sé, intento descifrar el olor. Estoy sentado en una banca vieja de un parque abandonado y un chavo a mi lado escribe sobre un papel amarillo. Me pregunta si distrito federal se escribe con mayúsculas, luego, si auxiliar lleva hache. Me cuenta que es la tercera solicitud que echa a perder. Me dice valedor. Le quiero preguntar: a qué huele valedor, pero me quedo callado. Vuelve a su papel y yo a mi olor.

Yo nací  entre estos edificios grises y charcos de agua estancada. Crecí en todo este DF, que ya es demasiado. Viví en esta ciudad que es como una bravata o como un incendio forestal que no se apaga. Llevo sus mañas a donde quiera que voy. Hablo cantadito y aún digo “necesito” en vez de “ocupo”. Pero me fui hace tiempo, y ahora, sentado en la banca del parque abandonado, me siento lejos. Siete años después, cada que vengo, corto un absurdo y me lo voy rumiando en la carretera de regreso a Morelia.

Por ejemplos. Alguien, cualquiera, hace tres horas, a cualquier lugar. No se es taxista de la ciudad, se es taxista de rumbos de la ciudad. El viaducto, nacido vía rápida, hoy es tratado como un pobre estacionamiento. La lontananza es siempre una línea gris, y una línea amarilla sirve para dividir a hombres y mujeres. Verse con los amigos para tomar una cerveza es un crucigrama, demasiado lejos, demasiado tarde, demasiado tráfico, demasiadas fronteras. Es mejor quedarse en casa que sentir cómo el monstruo te disuelve en su saliva amarga.

Detesto un poco este DF, que sin duda es mejor que aquél que era cuando me fui hace siete años. Ahora los camiones semejan el decorado de las buenas ciudades; algunas calles del centro donde antes te correteaban, hoy pueden caminarse entre música y bares; los homosexuales van tomados de la mano y hasta se besan. Hay puentes, bicicletas, libros, conciertos y segundos pisos. Hay todo en la Ciudad. Pero odio sin querer su feroz dimensión y su acera llena de círculos viciosos, su cara desfigurada y su mentira majestuosa que reza: seremos urbanos o no seremos. Miro de reojo los charcos de agua podrida y veo que me reflejo.

Spinoza decía que el origen de la sociedad es pasional. El temor y la esperanza es lo que nos mueve a juntarnos a los otros. El temor a que una fuerza mayor nos aniquile. De muchas maneras, ahora esa fuerza somos nosotros, un bumerang. Una ciudad que se deglute a sí misma, donde no hay lugar para los perros, ni para los silencios, ni para la ciudad.

Ya en casa, escucho las noticias. Otra vez una tormenta ha colapsado el viaducto. Quienes gobiernan el DF confirman la sentencia: “este drenaje ya no es suficiente” o sea, no cabemos.

Huele a tercer piso…





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