Elogio de mi sin razón

Esta semana las he contado. Le he dicho a María trece veces “tienes razón”, y la tenía. En algún luminoso momento me encontré con ese truco que mejora nuestra vida. Una trampa que me funciona y me fascina. Ella tiene el defecto de ser rotunda sobre mí. Me aterriza. Me explica que los cuchillos no pueden meterse a la salsa y luego a la crema porque luego la crema o la mermelada o la mayonesa se echan a perder, o me dice, como a un niño, que no es verdad que sea patético asistir a la ejecución de los presos en Estados Unidos: “si a ti te mataran así, mi cara sería lo último que yo haría que tú vieras, que tuvieras”. Me cuenta sin quererlo que su vida es un pequeño pañuelo que lava y que cuida. María me habla del mundo que no entiendo, como a un ciego; yo la escucho; la escucho y pienso en la contundencia de las olas moldeando las rocas, la escucho a veces sin escucharla, sintiendo tan sólo como camina. Nunca nos hemos enojado con fiereza, supongo que nos da pánico la posibilidad de no tenernos, aunque sea a ratos o en sueños. Nos amamos, tan real como se pueda, nos amamos. Y es por eso que encumbro la maravilla que significa en la cuerda floja en que caminamos, el decir sin más: tienes razón. Prodigio. Se lo diré siempre, se lo gritaré como un gemido al poseerla, se lo pondré en su lápida y lo llenaré de flores, se lo escribiré en el facebook y se lo susurraré mientras duerma. Tienes razón, tienes razón hermosa. Porqué tu voz no es tuya sino un eco de ultratumba que te utiliza. Tú tienes razón, no yo, ni mis intentos de poesía. Es tú inocencia ruda la única posibilidad de vida.



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