Hago de cuenta que ella se ha sentado enfrente de mí con el único vestido que le conozco: la luz de un monitor sobre su cuerpo. Le digo: Hanna, déjame ver otra cosa que no sean tus dedos. Me contesta con una sonrisa que al estrellarse en la pantalla se me entierra en el deseo. Hanna baila alrededor de mí con palabras.
Hace un mes que habitamos un chat abandonado con dos camas. Hanna lo ha pintado de negro, ha matado a las almohadas y me ha dado una contraseña para que la espere antes de que duerma su cuerpo hinchado de tristezas. Hanna abre la puerta tras de mí y me abraza. Huele a dejarse morir en el desierto. Suena a distancia que no se salva. Le digo: hace años que estoy aquí. Me dice: estoy sonriendo, y adjunta la pesadilla con que dormiré esta noche, una foto que comprueba que su cuerpo existe en algún lugar o en algún tiempo.
Hanna predica contenta desde algún palco de algún infierno, yo escucho, aguanto. Sé que sus ojos se avecinan. Hanna se desconecta. Otra vez mi oficina se ha hecho un hueco. Un jirón de su rastro se ha quedado atorado en la ventana. Tal vez mañana. Hoy, un lago de silencio sostiene esta balsa.
Inicio, apagar, aceptar..

No nos conocemos (y como si nos conociéramos).He caído por fortuna en este texto cuando buscaba almohadas. Celebro la suerte de encontrar lo perdido. ¿Tenés algún libro?
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