No es posible que esté vivo si me falta el corazón




No es posible que esté vivo si me falta el corazón

A mis amigos que dan miedo



Si yo estaba bien.

Olía a orines, tomábamos con moderación en la esquina de la barra. Olía a esquina. En la pantalla plana del televisor la señal iba y venía como si aún fueran los años cincuenta. Un filipino parecido a Gengis Khan le ponía una paliza a un mexicano parecido a su nación y luego rayas, y luego negros y luego fractura de la órbita ocular y mas rayas y más negros y luego chiflidos y luego dos boxeadores borrosos aparecieron abrazados como bailando la música de Gun´s & Roses que rebotaba desesperada en las paredes oscuras. Era un sábado. Entre que la tele se veía mal y que los punketos del lugar se empezaban a emborrachar, entre que eran la una de la mañana, me parecía que el antro se deformaba como la cara desfigurada de Margarito el mexicano. El Vic y yo éramos los únicos que le íbamos al filipino. Salud.
  
   Dos cubas y dos caguamas entre los dos, todo estaba tan bien. Un chico punk de cabellos parados pasó junto a nosotros, lo tomé del brazo y le pregunté quiénes eran esos que traía en la espalda. No sé, no los conozco, dijo. ¿Y por qué los traes ahí? Pus más bien por la onda punk ¿no?, respondió. Órale, chido. Entonces creo que le dije a gritos al Vic que no veía la diferencia con el más caro de los bares fresa de Morelia: ¡también aquí vienen disfrazados! De hecho, no había diferencia con nosotros.

   Pedimos otra caguama. Nos la dieron con sus dos vasitos desechables y pensé en ellos como lo único limpio en esta especie de cueva indecorada e indecorosa que me alegraba tanto. Me alegraba la niebla del cigarro, el olor ácido de la fiesta acumulada y la falta de colores. Tomé mi celular y le mandé un mensaje al Mau: “Tocan los Tex-Tex, si vienes te pago la entrada”. “Voy”, me respondió.

   El Vic y yo hablábamos creo que de Roger Féderer y de Janes Adiction y de que seguramente los Tex-Tex no salían al escenario porque adentro estaban viendo la pelea los muy putos. Luego me dijo algo increíble. Que no conocía a los Tex-Tex. Bueno, a ver, los conocía, pero no los conocía muy bien. Sabía quienes eran, pero nunca se había clavado en sus canciones. Me pareció raro, si el Vic es una pequeña enciclopedia musical ¿Cómo no iba a conocer a los Tex-Tex? En eso, me acordé de la mujer invisible y de cómo siempre le sentaron tan bien las paredes negras con el pelo y la ropa que se ponía. Pero pasó, desvió la vista, me soltó la mano.

   De lo oscuro salieron el Mau y su novia la Adny. Nos abrazamos. Mau dijo que venía de una fiesta con sus papás y que no sabía nada de que los Tex-Tex estaban en Morelia: ¡Agarré mis cosas y me vine de volada! Qué chido, le grité. ¿Ya tocaron?, preguntó. El Vic le respondió que no porque de seguro los muy putos estaban viendo la pelea en su camerino. Compartimos lo último de la caguama y brindamos como los toreros antes de la corrida: Qué dios reparta suerte, salud. Todo estaba tan bien.

   Al fin terminó la pelea, una masacre. Inmediatamente el lugar se llenó de gritos, chiflidos y mentadas a los Tex para que salieran por el amor de dios. Los “culeeros”, los “ya salgan cabrones”, los “pinche Lalo puto”, los olores a miados, los ojos extraviados de la mujer invisible, me dislocaron algo. Como a Margarito el puño en la quijada, la silueta gorda con sombrero de los Tex-Tex subiendo al escenario, me nubló la vista. El primer guitarrazo me dobló las piernas sobre el ring mojado de cerveza. Caminé (o corrí) hacia donde la gente se apretaba. Con cada paso regresaba un año. Tengo cuarenta, terminé en veinte. Comencé a desfigurarme al ritmo de la batería y del hijo de puta jalón del recuerdo que me deshilvanaba sin que yo pudiera meter las manos, como Margarito. La mujer invisible me dijo al oído: ¡hola otra vez! y sonrió y se subió al escenario para cantar desde el micrófono. Así es ella. Creo, que ahí empecé a temblar y creo que gritaba. Sé, que la chela y el cuerpo se me salieron de las manos y que los despedía gritando: “¡Es una pesadilla para sus papás!, antes de los quince perdió la virginidad!! ¡Conoció el alcohol y se dejó atrapar! ¡Conoció las drogas y se empezó a drogar! Arrancándose la piel…” Volaban líquidos. Sentí el slam apaleándome la espalda, como el filipino. Algo se transfiguraba y nos arrastraba, creo. Una bebé aterrizó cantando a mis pies. Otro escuincle la levantaba. Me pareció ver a Mau y le extendí mis brazos. Sí, era él y era yo, éramos los que éramos cuando aún no nos conocíamos, reconociéndonos como niños poseídos calcinándose en la misma canción. Todos brincaban alrededor. Efervecíamos, la neta, y llovía. Un guitarrazo final sonó como campana para que volviéramos a nuestra esquina. Alzamos los brazos en señal de victoria y caminamos entre aplausos. Adny me acercó el vaso de chela, el Vic unos ojos enormes de sorpresa. Me dio palmadas en la espaldas y me dijo: ¡Muy chido!, pero me dijo muy chido, como si me coucheara, como si me pidiera tener cuidado al volver al slam y que no bajara la guardia. Escuché que la mujer invisible me gritaba, volteé hacia el techo y no la vi. Me enterré otro trago y justo en ese momento, otro acorde retumbó como flauta de Hamelin o como el grito de guerra. El aullido de la gente por la rola que empezaba, lo escuché como en medio de un sueño o de una maldición, no sé, pero oí que Mau gritaba: ¡Tal vez necesite un toque mágico! y yo bailaba, y yo bailaba, y yo que no bailo bailaba, o alguien que antes era yo, desquiciado encima de mí… bailaba. Vi el reflejo de la mujer invisible sobre el suelo mojado y susurré, me acuerdo: ¡sirena! ¡Mira que bien bailo sirena! y le dije, creo, hoy me puedo morir sirena. Horas después (o segundos) alguien me tocó el hombro con sus dedos. Era un estribillo hijo de puta al que hace años que no había visto:

“Qué voy a hacer, si ella se fue…
Yo le quise dar mi vida
pero estaba decidida
y se me fueee…”

…pronto sentí la mano caliente de la mujer invisible e inservible rozándome la mejilla y ese fue mi nocaut. Alcancé a llegar al Vic, lo abracé y me puse a llorar en mi esquina y en todas las esquinas del mundo. Él me apretó con su cerveza en la mano y me dijo: No pues… no pues. Adny me acariciaba el pelo y Mau me decía: tranquilo carnal. Luego dije “perdón”, luego “juro que no estoy pedo”, luego me limpié las lágrimas, luego alcé la cara y luego seguí cantando:

“No es posible que esté vivo
si me falta el corazón..”

   Maldiciendo, viajando, muriendo, pensando, le guiño el ojo a la mujer indestructible y le digo: Híjole, me da coraje que me veas chillar.

5 comentarios:

  1. a mis amigos que dan miedo

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  2. Bella crónica, Yeyo. Ahora que he vuelto a una realidad extraña pero bienvenida, me doy cuenta que debo drenar cosas en el blog. Espero puedas ir hoy al Clavijero. Te mandé la invitación que más parece lamento.

    Raus

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  3. Lo que pasa es que eres bipolar, siempre te lo dije.

    Rosly.

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  4. ¿Bipolar? ¿Te refieres a Yeyo o a mí? En ambos casos aciertas, pero al menos para salir de dudas.

    Raus

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  5. Buen Relato¡¡¡¡¡¡, hasta yo que no puedo bailar sentí que bailaba con Ustedes¡¡¡¡¡, en cuanto tolere un poco el dolor, prometo no tomarme ese medicamento que me hace dormir tooodo el día y los busco.... en realidad los necesito..... al igual que al señor Torres y a Don Matusalen o Matusalemmm???

    Saludos a toooodooooossss¡¡¡¡¡ Los quiero¡¡¡

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Comentarios